Enora

Eleonora es la única heredera al trono del reino que la vio nacer.

 

La ley se modificó para que la princesa pudiese acceder al trono si contraía matrimonio con un príncipe de algún reino de interés.


A lo largo de su vida, desde casi su nacimiento, fue educada para ser la esposa perfecta y la Reina que el país se merecía.

 

Pero como ojo derecho de su padre, conoció el mundo del poder, el mundo de los hombres. Asistía siempre bajo el ala de su padre a reuniones de estado, vio cómo se organizaban batallas y como el Rey dictaba sentencias de muerte. Cató el poder casi en primera persona, y con la esperanza de que sus estudios a gobernar empezasen pronto, se empapó de todo lo que pudo aprender de su padre.

 

Pero cuando llegó a la edad casadera descubrió lo que nadie le había dicho hasta entonces. Ella no gobernaría, no estaría cerca del poder. Su ámbito de poder quedaba relegado a temas insulsos como eventos de pacotilla.

 

Conoció a muchos príncipes y durante años renegó de todos con la esperanza de encontrar la forma de que fuese ella la monarca de su país. Hasta que en uno de los bailes destinados a conocer a sus pretendientes descubrió el poder que tenía en algunos hombres.


Descubrió como con palabras, leves sonrisas y algunas caricias superficiales era capaz de conseguir que un hombre hiciera lo que ella quisiese, y así, fue como empezó a buscar marido a su manera.

Se casó con un joven príncipe de un pequeño reino, los informes de su séquito decían que su reino era prometedor y que el joven príncipe era alegre e inocente, manejable.


Con el trascurso de los años Eleonora vio que su esposo no era tan manejable como esperaba. Buscaron un heredero con insistencia y al ver que este no llegaba el Rey se alejó de ella, todas las culpas recayeron sobre la Reina.

 

Pasaron los años en los que Eleonora vivía su pesadilla, organizaba eventos sociales, reuniones insulsas con la nobleza y demás quehaceres que hicieron que se volviese fría. Se volvió observadora y aprendió a manipular con su labia y presencia tanto a hombres como mujeres. Se aficionó a los vestidos con tejidos caros y a las joyas opulentas.


Eleonora había hecho migas con una bruja poderosa del reino y se convirtió en su mano derecha para controlar y dominar los tejemanejes sociales de la alta sociedad del reino.

 

Una noche el Rey le confesó una de sus infidelidades con una noble que no tenía la simpatía de la Reina, y como había conseguido que esta se quedara en cinta.


Rey y amante murieron esa noche, y con la ayuda de la bruja, Eleonora tomó el trono como monarca principal cambiando la ley a su conveniencia.

 

Lo recientemente sucedido había revivido el sentimiento que creía que había muerto en el pasado, y se obcecó con tener un heredero. Tuvo ciento de amantes, y un día empezó a matar a todo aquel que no la dejaba en cinta. Aprovechaba a su amante desangrándolo para así bañarse en su sangre mezclada con leche de burra, pues creía que así conseguiría la fuerza y fertilidad de un hombre, y la legendaria belleza de una faraona lejana.

Fueron tantos los hombres asesinados que la bruja, con su aquelarre decidió, tomar cartas en el asunto, y maldijeron a la Reina con el objetivo de eliminarla. Pero en su lugar nació Enora, la súcubo.


Un demonio que se alimenta de la esencia y la sangre de los hombres para obtener poder.

 

Pasaron las décadas, la sangre corrió por sus manos y centenares de hombres pasaron por sus labios.

 

La influencia de Enora ha sido tan fuerte que los hombres que ella manipuló para su conveniencia, y no murieron, empezaron a no saber diferenciar entre la manipulación y la realidad, surgiendo así en sus corazones una necesidad de convertirla en algo más.

 

Dichos hombres les hablaron a sus hijos de ella, muchos que jamás llegarían a conocerla, pero así y con el tiempo se la alzó con el título de divinidad. Se convirtió en la diosa de la sexualidad y la feminidad, se la consideraba un amor prohibido y la convirtieron en la envidia de otras mujeres. Con el paso de los años y el engrandecer un mito se convirtió en un canon de belleza dentro de la élite de la sociedad, pues el culto de Enora se popularizó dentro de este sector predominado por hombres.

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